Dieciocho velas

La trajeron pequeñita desde el ombligo del mundo, confundida y llorosa no le quedó más que aferrarse a un pantalón de lana y una dosis de olvido a sus 7 años.
La soltaron en un mar de niños, los primeros meses sólo pintaba paisajes de cielo azul y se acercaba al jardín a oler la tierra mojada.
Fue difícil entender porque sus ojos cambiaron de color, la cocinera decía que era la enfermedad del arrancado.
A la larga la casa grande se volvió su hogar; se acostumbro a otros rasgos, costumbres, lenguas, aviones en el cielo y descubrió que a sus espaldas el mar se comía al sol a las seis.
Hace unos días, después de soplar dieciocho velas y pedir un deseo desde el fondo de su nuevo corazón, le regalaron una maleta.
Ayer la vi parada afuera del gran portón, noté que sus ojos volvieron a cambiar de color (que seria es esa enfermedad del arrancado), la cocinera dijo que ahora ella no deja de ir al malecón; extraña el olor a mar.

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